El magnífico guión que Robert Towne creó para la película “Chinatown” (1974) deleitó al espectador con una ingeniosa reflexión existencial al hilo del diálogo que establecen el magnate Noah Cross (John Huston) y el detective Jack Gittes (Jack Nicholson): «Claro que soy respetable, soy viejo. Los políticos, los edificios feos y las prostitutas, se vuelven respetables si duran lo suficiente», dice Cross-Huston. El Sr. Tezanos cumple los requisitos de edad, haber durado desde sus albores guerristas hasta hoy, y el de ser político, luego cabría decir que, aunque solo sea por eso, es respetable, sin perjuicio de que cada cierto tiempo, coincidente con los procesos electorales, nos obligue a revisar el peculiar axioma que Towne puso en boca del personaje literario.
El Director del Centro de Investigaciones Sociológicas analizó en un artículo escrito pocos días antes de las elecciones, la propuesta de rasgos liberales de Isabel Díaz Ayuso a partir de las tabernas, compárese en sutileza con Platón y su caverna, las cuales asociaba a la levedad intelectual de la candidata popular. Esto se ha entendido como un insulto del responsable demoscópico del Gobierno que, añadido a su pifia en los vaticinios electorales, le ha valido un montón de críticas que quizá quepa analizar desde otras perspectivas. Por ejemplo, en lo que concierne a las ciencias sociales lo que el Sr. Tezanos ha propiciado es un avance del pensamiento socialista, pues si Marx estableció que la pertenencia de clase determinaba la conciencia política, el director del CIS, extrapolando el principio, lo que ha advertido, quedando después empíricamente acreditado, es que en Madrid esa conciencia la determina el alcohol, no la riqueza, y nos ha dado también la explicación de por qué en la extinta Unión Soviética lo único que circulaba sin restricciones comerciales era el vodka.
Por otra parte, el Sr. Tezanos cumple con la misión del buen galeote, remar con la dirección y fuerza que le marca el gran timonel. Resulta absurdo pensar además que, siendo parte y defensor de ese anfibológico concepto conocido como estado del bienestar, no haga todo lo posible por defenderlo ya que le proporciona un buen empleo. Tezanos, después de todo, ha hecho el mismo análisis preelectoral que han expuesto quienes, una vez conocidos los resultados, comparten sus principios políticos, es decir, que se iban a equivocar, como así ha ocurrido, los votantes, no los votados. Las victorias son de “la gente”, eufemismo que ahora se usa para constreñir su significado a quienes se supone que votan en determinado sentido, si elige lo previsto por quienes se arrogan de antemano su genuina representación. En caso contrario, lo que sale de las urnas no es la voz del pueblo, sino una psicofonía ultra que debe ser ignorada. Es la espuria justificación por la que se persevera en los mismos errores, fundamentalmente por considerarse que cuando una realidad no concuerda con una determinada visión de las cosas resulta inaceptable en sí misma.
Pero el Sr. Tezanos, al margen de la objetiva condición que en gran medida lo determina, también ha incurrido en notables desaciertos, prescindiendo lo que en sí mismo tenga el personaje de desacierto en su nombramiento. Quien se dedica al estudio social no debería caer, salvo por las obligaciones inherentes al buen galeote, en la simplificación que la propaganda normalmente exige. La gestión política y la empatía popular tienen poco que ver con un alto nivel de ilustración y puede llegar a ser incluso contraproducente. Robert Nozick y Bertrand de Jouvenel escribieron sobre la incapacidad de muchos intelectuales para entender cómo funciona el mercado y por eso son partidarios de suprimirlo, no asimilan que alguien con conocimientos muy básicos gane grandes sumas de dinero y que, sin embargo, su valoración social en términos materiales pese a sus grandes conocimientos sea mucho más limitada. Pero es que la intuición de quien ve el mundo sin un exceso de matices puede ser en algunos ámbitos mucho más eficaz para asociarse con los sentimientos más extendidos y de ahí que en términos de éxito social y económico pueda adquirir mayor estima. Y ahí la Sra. Díaz Ayuso ha demostrado una enorme capacidad, aprovechando por añadidura que la torpeza de los burdos ataques de que ha sido objeto se lo ponían en la mano, hasta el punto de convertir algunas de sus carencias en virtudes, sin más esfuerzo que el de aguantar las descalificaciones con el mayor estoicismo posible. Es llamativo que incluso personas inteligentes se hayan dejado arrastrar por esa ola de presuntuoso clasismo de orden cultural y resulta además ridículo señalar en estos tiempos a un político por una supuesta escasez de lecturas, como si es que eso fuera una excepción.
En última instancia Tezanos no ha sido más que el heraldo, de los deseos con sus encuestas y el desprecio a los resultados con sus palabras, de quienes le dieron su (en)cargo en la administración estatal. Desde la defensa de las terrazas madrileñas como engañoso tránsito a los campos de concentración (que le pregunten a cualquier judío dónde hubiera preferido estar), pasando por insultar a quienes ganan novecientos euros y no votan a la izquierda (que se supone que tienen derecho a pensar que hasta esa modesta paga pueden perder con otras políticas) y terminando por la denuncia del triunfo de los depredadores de lo “público” (lo que hace incomprensible que se quiera ampliar hasta el punto de acabar con lo privado), el florilegio de dicterios ha estado en perfecta sintonía con los delirios provocados por un síndrome de estrés postraumático.
El problema de esta democracia, para lo bueno y para lo malo ya que otra mejor no se conoce de momento, es que responde a criterios ideológicos no excluyentes y a valores generales de carácter esencial ampliamente compartidos y a través de los cuales se permite buscar el bien común usando diferentes iniciativas desde la dirección de la sociedad así alcanzada. Cuando las ideologías se basan en postulados con aspiraciones de verdad universal que ignoran el resultado de los procesos democráticos, lo que se plantean son cuestiones de legitimidad subjetiva en las que lo democrático, para ser ético, sólo puede concebirse en relación a unos valores determinados y no a los que obtienen un respaldo social mayoritario. Esto último podrá ser lo que se quiera que sea, pero no democracia, al menos conforme a lo que por tal se entiende desde que se definió como el gobierno de la mayoría.
José María Sánchez Romera.