Todavía el asombro / Tomás Hernández

“Del asombro al asombro va el poema”, escribe Javier Gilabert en el pórtico de su último libro. El asombro es la sombra estremecida con la que a veces las cosas se nos dan. Sobre tres pilares se sustenta “Todavía el asombro”. La voz con que nombramos y decimos, la fugacidad, el instante, y en los ojos la luz. El resultado de la voz y la mirada es el poema.
Abre la primera parte del libro una cita de George Berkeley, “esse est percipi”, ser es sentir. Y eso es este libro, un breviario del vivir en los sentidos, la mirada sobre todo. El tiempo en la mirada, como dice Javier. El silencio y la luz son el escenario de estos poemas, “detrás de cada sombra está la luz. / Entre las dos existe / espacio suficiente”. Como recuerda la cita de María Zambrano, “ojos y oídos son ventanas”. Ojos para la luz, oídos al silencio.
Pero, “Todavía el asombro” es mucho más que una descripción de las cosas cercanas al poeta, descritas en pinceladas -¿acuarelas?-  instantáneas. El tiempo, el ser “palabra en el tiempo” (Machado) enhebra los paisajes y les da su dimensión humana: “De cuando en cuando el cielo se parece / al interior de las personas tristes”.
Tiempo, silencio y luz serían la trilogía temática de este poemario. “Apenas se abre el día lo recibo / al lado de los pájaros / y espero ser del sol su recipiente / sumido en un silencio casi puro”. Abre el libro una cita del poeta Catulo sobre la fugacidad de la vida, lo cierran unas palabras de Marco Valerio Marcial: “No temas ni desees la muerte”. Pero no es el estoicismo, creo, el fundamento conceptual del libro. No es la aceptación de la adversidad ni el menosprecio de una dicha fugaz y perecedera, la propuesta ideológica del libro. Creo que el último verso del último poema expresa con concisión y sencillez el sentir general, “tan sólo es posesión la vida ahora”. En esa sucesión de instantes, en su instante único, no cabe ni la nostalgia del pasado ni la desazón de lo por venir. Sólo la secreta vida interior puede salvarnos, sólo en la duda y en la seguridad arañamos la realidad de las cosas. Y el miedo, su desnuda extrañeza, recordándonos nuestra fragilidad.
El poema se escribe desde el vértigo, como quien camina “sobre uno de esos puentes / que cimbrean debajo de los pies”. Hay una cita del querido amigo y maestro Rafael Guillén: “Yo sólo quiero abrir una ventana / y que una luz distinta / me tire por el suelo”. La luz como arrebato y posesión y la palabra poética como pregunta incesante, “y la pregunta nace / en mi garganta / igual que nace el sol cada mañana”.
Poemas de sencillez concisa, “vivir no necesita más adornos”, la consciencia de ser entre las cosas, las grandes, pero también las sencillas y cotidianas, el brillo de los oros en otoño, las luces de la tarde, los cuartos familiares de la casa, “un mirlo sobre el césped”.
Tomás Hernández.
 

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