Tomás Hernández / Mañanas en el patio / El Patio

El patio
Es pequeño, rectangular y de paredes altas. Por una de ellas trepa un rosal al sol, pero sin rosas. Aquí suelo reunirme con los amigos para almorzar con ellos y disfrutar de su compañía y las largas sobremesas.
En verano me refugio del calor y del ruido en este rincón de la casa. Hoy es la primera mañana de patio para Almudena y para mí. Suelo dedicar estas horas, el calor me deja sin fuerzas, a lecturas livianas y tareas de poco esfuerzo.
La otra noche, en una de esas duermevelas donde repasas los asuntos por hacer, se me ocurrió escribir unas croniquillas de las mañanas en este patio. Llamé a mi querido amigo Javier Celorrio para proponerle la idea. La recibió con la generosidad de siempre. Llevó más de treinta años colaborando con Javier, desde los lejanos tiempos en que publicaba un periódico que tenía la imprenta en Lobres. Ël lo recordará con más precisión que yo.
Y pensaba ahora, al ir escribiendo y recordando aquellos años, en los colaboradores y la prensa y en una anécdota reciente que merece, creo, una reflexión. Escribo siempre a mano, sin la velocidad del teclado y la inmediatez de la pantalla. Así me da tiempo de pensar entre palabra y palabra.
Una mañana, hace ya unos meses, me llamó el director de un periódico digital de Granada. Me ofrecía una colaboración. Un amigo común le había hablado de mi. “Te llamo para ofrecerte una  colaboración semanal en nuestro periódico”. Yo no sé trabajar bajo presión, le previne. Y es verdad. Soy muy lento trabajando y la prisa me bloquea. El director no le dio mucha importancia a mi observación. “Bien, le dije, y de qué asuntos escribiría?” “Fundamentalmente, de noticias relacionadas con la Costa”. No suelo estar especialmente informado de lo que ocurre a mi alrededor,  pero callé la objeción, por no parecer mal educado. Y entonces, sin proponérmelo, abrí la caja de los truenos. “Y, ¿cuánto suele pagar por colaboración?” pregunté, con tanta ingenuidad como años tengo. Hubo un silencio de incómoda sorpresa y un cambio en el tono del director: “Don Tomás, usted sabe que las colaboraciones no se pagan”. El que se quedó en silencio ahora fui yo. Él no me dio tiempo a contestar. Quería decirle que sólo se podía trabajar gratis por amistad o por amor y que lo demás se llama explotación. Pero sólo oí un desabrido “encantado” como despedida y el click del fin de llamada.
Luego supe que el director llevaba algo razón, quizá por eso su tono desabrido ante mi ingratitud. Ingratitud que es libertad para escribir en el recinto de independencia y sosiego de este patio. De hablar de los libros que leo y de las cosas que pienso con la sencillez de un veraneante.
Tomás Hernández.
 

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