Philippe Lemesley (Vincent Lindon) es un directivo regional de una gran multinacional que no pasa por su mejor momento familiar, pues está en pleno proceso de divorcio como consecuencia del excesivo tiempo que requiere su puesto. La gran empresa pide un nuevo ajuste de plantilla para contentar al jefazo y a los inversores. Sin embargo, todo tiene un límite y Philippe acabará enfrentándose a la plana mayor y a un cambio de rumbo que cuestionará el sentido de todo lo que le rodea.
“Un nuevo mundo” es la última apuesta del director de cine francés Stéphane Brizé, cerrando así la llamada trilogía del trabajo que comenzó en 2015 con “La ley del mercado” y seguida por “En guerra” en 2018. En las tres películas tenemos a Olivier Gorce como guionista y al actor Vincent Lindon como protagonista. Por tanto, vuelven a ponernos delante de una realidad que nos afecta a todos, es decir, el poder de los inversores y la despiadada frialdad del capital para prescindir de los trabajadores con el único objetivo de incrementar los beneficios a toda costa. Da igual la edad, la experiencia, los sacrificios personales y la voluntad; para estas multinacionales los empleados son solo números, piezas de un juego macabro en el que siempre salen ganando los mismos. Quien tiene el dinero ordena y el resto obedece por mucho que quieran resistir y plantear otras soluciones menos drásticas y más justas. Dentro del capitalismo la justicia se sustenta en el engaño. Esfuérzate por y para la empresa y llegarás lejos. Y una mier…
El protagonista, un directivo en una situación muy incómoda, tiene la difícil tarea de despedir y apretarle las tuercas a los que se quedan para que sigan produciendo lo mismo o más, pero con menos personal. Y si ocurre algún accidente o baja la productividad, la culpa es de los trabajadores y no de los vampiros del dólar. Philippe Lemesley no quiere ver más allá de los folios llenos de nombres y números que revisa constantemente a lo largo de la película, con rotulador en mano para que todo cuadre y los inversores estén contentos. Ahora bien, lo que se les olvida a todos estos altos directivos o encargados es que, tarde o temprano, ellos también son eliminados en esta huida hacia delante. De hecho, hay dos escenas que dan buena fe de esta carrera sin fin a la que nos obliga el sistema. Una de ellas es la del propio Philippe Lemesley haciendo ejercicio en una cinta de correr. La segunda es en la que el hijo quiere una larga lista de libros de texto para estudiar y recuperar el tiempo perdido y no quedarse atrás en el curso. Esa es una de las ideas base del capitalismo. Nos deshumanizan, nos convierten en máquinas que solo piensan en producir y cuyo software está diseñado para que salten las alertas del fracaso en cuanto nos da por analizar si lo que estamos haciendo es lo correcto o no.
“Un nuevo mundo”, que de nuevo no tiene nada, es una película con un guion básico pero que funciona gracias a unos planos bien escogidos que dividen la película en dos partes, planos cerrados al principio para transmitir la angustia y opresión del ambiente laboral, planos abiertos para una segunda parte en la que el protagonista se siente más liberado cuando cambia la forma de ver las cosas. Esta liberación también la siente el espectador quien, de algún modo, necesita esperanza para el mundo que se avecina. Perdón, ese mundo que se avecina ya está aquí desde hace mucho tiempo y si no me crees, revisa algunas de estas películas (hay muchísimas más e igualmente interesantes): “El buen patrón” (2021, Fernando León de Aranoa), “La clase obrera va al paraíso” (1971, Elio Petri), “Sorry We Missed You” (2019, Ken Loach), “El capital” (2012, Costa-Gavras) y “La tierra de la gran promesa” (1975, Andrzej Wajda).
Isaac Cabrera Bofill
Lcdo. Ciencias Políticas y de la Administración