Es una tarde para la observación y la calma. Una tarde para recrear los sentidos. Una tarde de brisa y de mar. Pero también una tarde para no olvidar el sentido del gusto.
Se han vivido unos años en que la cocina como arte de lentitud, paciencia, moderación y calma iban de capa caída. La situación de reclusión, obligada por la pandemia, también ha sido tiempo de reflexión y de reencuentro. En el reencuentro con la normalidad parece que esta quiere despojarse de la inmediatez y la prisa. Los momentos quieren revestir de nueva trascendencia su existencia y probablemente sea la industrialización de productos la primera víctima de una realidad que no admite sucedáneos.
A esta linea de restauración, rescatar lo genuino pero sin desechar la innovación, se apunta la nueva dirección del chiringuito El Calabré que, a su apuesta de nuevas referencias de productos, suma la elaboración artesanal de postres con una fórmula ampliada al tardeo de la copa Premium.
Tarta de queso, migas de chocolate, brownies o strudel son algunas de sus especialidades que fusiona con sabores de frutas del bosque o tropicales para dar mayor aliciente a sus tardes que ya son un clásico por la intensidad de los crepúsculos que se contemplan desde su terraza a escasos metros de la orilla.
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