Una flor de alegría / Tomás Hernández

 

Para hablar de esta antología de poemas amorosos de Álvaro Salvador, bastaría con traer aquí algunos de los párrafos del excelente prólogo de Francisco Díaz de Castro. En él están las claves no sólo de la poesía amorosa de Álvaro Salvador, sino también de la evolución de su obra, desde “un juvenil vigor imaginativo” a “la oscuridad íntima o la reacción airada contra tantas cosas”.

“Una flor de alegría” no recoge todos los poemas de amor de la obra de Álvaro, pero sí los suficientes para hacernos una idea del caleidoscopio amoroso de su poesía. El amor aparece de muchas formas y en cualquier lugar. Puede ser confesión, “Canción del reincidente”, que abre el libro, o “Gacela del joven ignorante”. Otras veces es, claro está, descripción fascinada, “Descripción de un cuerpo” y sobre todo el magnífico poema “La otra en el diván”, donde lo pornográfico se expresa mediante la contundencia de imágenes muy directas, pero matizadas por la mirada del “voyeur”. Al leer este poema recordé, por esas extrañas asociaciones, el “me gustas cuando callas” de Neruda o la orgía de desnudez atribuida a Espronceda, “me gustan las mujeres…” Bajo la aparente facilidad hay una trama invisible (ritmo, palabras clave en sitios clave, encadenamientos de la descripción) que le dan ese tono de tránsito, de éxtasis, sin el que la poesía no puede sostenerse.

Muchas, muchas veces, el amor reaparece asociado a un lugar, y cuántas, cuántas veces, a una música. Sería difícil elegir entre tantos poemas donde un lugar, una canción, se llena de recuerdos. “Ponte Vecchio”, “Muntaner 62, 4º-1ª”, “La otra casa”, “Leo House”, magníficos todos. Pero es en la música, a veces la pintura, donde el amor, o, más exactamente, el recuerdo de alguien aparece “en tanta confusión de la memoria”. Toda la poesía de Álvaro es muy musical, no sólo por las constantes referencias, “All that jazz”, “Blues para seducir a una chica USA” o “Tu forma de amar”. Bolero”). Es en este último poema, como ocurre en otros, donde a la referencia musical se ajusta el ritmo y el lenguaje, intencionadamente coloquial, del bolero.

La desnudez, o el deseo, son motivos tomados de algunos cuadros, pero sobre todos recomiendo las dos recreaciones del pintor inglés Ingres, “La pequeña bañista” y “La pequeña bañista en el hamman”. “Ecfrasis” llaman a estas recreaciones poéticas de un cuadro.

El cine, la poesía arábigo andaluza (qasidas, muwasshas), los viajes, muchas lecturas, el amor trascendido más allá de la experiencia son el leitmotiv, la urdimbre de este libro.

Pensaba, mientra lo leía, en la riqueza retórica (sic) de Álvaro Salvador. La retórica es el instrumento por el que podemos escribir, hablar de nuestras cosas de dentro. Sin retórica no hay poesía. Y retórica, de la necesaria, no de la superflua, es la forma que adopta la comunicación que exige el poema, desde la carta, “Otra carta de amor”, la narración, “La edad de los sueños”, o la descripción trascendida, “Lolita apelotonada”.

En estos tiempos de exaltación de lo directo, la inmediatez, lo sincero, cuánto se echa de menos el arte del lenguaje, sobre todo para hablarnos de esa experiencia única que llamamos amor o desamor, y cuánto se agradecen poemas como los recogidos en esta antología, “Una flor de alegría”, donde el amor es gozo, incluso cuando ya es pérdida y recuerdo.

Sin amor puede que no hubiese poesía amorosa, pero es en la palabra donde el amor se hace carne nuestra, pasión compartida y regalada. Bien lo sabe Álvaro Salvador.

Tomás Hernández.

 

También podría gustarte