Vivienda y neoliberalismo / José María Sánchez Romera

No llueve, pero en vez de chuzos de punta van a caer pisos. Alguien se entretuvo en contar las veces que el Presidente empleó la palabra “neoliberalismo” en el debate del Senado de este martes: veintisiete, una sesión de exorcismo. El Gobierno ha decidido enterrar lo neoliberal prometiendo viviendas suficientes como para oscurecer los rascacielos de la isla de Manhattan (que es al capitalismo lo que las pirámides a los faraones). Estado benefactor versus “neoliberalismo”, San Jorge y el dragón, la Commedia dell’Arte llevada a la política, el país de Jauja habitacional. Una sobreactuación excesiva incluso para los descuidos ético que se disculpan en período electoral. Sobre ese singular combate el Presidente planteó sin matices su posición, definida por la descalificación del sector privado y denuncia de la competencia, a la que acusa de estar trucada, lo que sólo puede tomarse como una alabanza viniendo de un prestidigitador de cuya chistera han salido en unos pocos días miles de viviendas.

Para el Presidente el neoliberalismo es Moloch (“cuya sangre es dinero circulando”, como reza el poema de Ginsberg) y sostiene que su política ha demostrado que gestiona mejor que la derecha (sería la excepción que confirma la regla), que sólo atiende los intereses de Monsieur Le Capital (Marx). Una narrativa optimista para su proyecto redentor cuya premisa inicial es un significante hueco en sí mismo, el neoliberalismo, porque no designa nada que sea distinto del liberalismo clásico. Como el liberalismo goza de prestigio al ser identificado con ideas de tolerancia, término usurpado por falsos liberales, se le añade el prefijo “neo” para diluir su naturaleza, apuntando una mutación maligna del original. Lo cierto es que no hay más que un liberalismo, el que defiende la libertad individual y el respeto sin restricciones del proyecto vital de cada persona sin interferencias arbitrarias del poder. Al otro lado está el socialismo, con su objetivo de no permitir que la acción humana se produzca fuera de la planificación central, que en el mejor de los casos agota su efecto en grandes proyectos que sólo excepcionalmente se cumplen y siempre desorganiza las instituciones sociales en las que trata torpemente de inmiscuirse.

Cuando se habla del derecho a la vivienda, no deberían dejarse de lado una cuestión básica que se oculta tras la aspiración universalmente compartida, aunque la izquierda diga lo contrario, de que todos puedan vivir lo mejor posible. Si se piensa en la vivienda como un derecho es porque existe el derecho a la propiedad en general. Por eso es un contrasentido hablar del derecho a la vivienda cuestionando el derecho a la propiedad de los que tienen una o más, en base a un mero factor cuantitativo, como si el número de propiedades de una persona tuviera asociado un déficit de legitimidad. De tales filosofías sobre la justicia nacen esos planteamientos intervencionistas de los que ha surgido la Ley de la Vivienda. Con absoluta seguridad será aprobada tal y como se ha acordado por los grupos parlamentarios de izquierda que la han pactado pese a las reiteradas advertencias recibidas sobre los perniciosos efectos que va a producir. Porque al margen de establecer criterios arbitrarios que limitan el ejercicio del derecho constitucional a la propiedad, nada se va a solucionar como ha demostrado experiencia en todos los lugares donde se han aplicado regulaciones semejantes. Los precios lejos de bajar han subido por la retracción de la oferta puesto que nadie contrata bajo el riesgo de pérdidas. Cuanto esto ocurra, que ocurrirá, se hablará de “efectos indeseados”, que nadie podrá ya creerse, y el mercado de la vivienda sufrirá los efectos perniciosos del intervencionismo.

La construcción de viviendas, por motivos ideológicos, ha estado paralizada durante muchos años, las regulaciones para edificar se han ido haciendo cada vez más costosas y cargadas de regulaciones, lo que incrementa necesariamente el precio del producto final e incrementa la escasez. Liberar las restricciones urbanísticas del suelo no es fomentar la especulación como dijo el Presidente del Gobierno, por lógica elemental es lo contrario. Lo que favorece el fenómeno especulativo es la carencia de suelo, si hay poco suelo, por fuerza su valor se incrementará, pero como la ortodoxia económica es una reminiscencia “neoliberal” hay que llevarle la contraria sin importar las consecuencias, siempre quedará la belleza del relato. Y si no hay suelo calificado, ni memoria económica, ni promociones urbanísticas planificadas, mal se puede resolver el problema de la vivienda y formularlo en pleno período electoral no da ni para cubrir un juicio de buenas intenciones.

Dicho todo lo anterior, no hay que perder de vista lo que tiene este asunto como material de atrezzo con el que ornamentar proyectos de poder que van más allá del inminente proceso electoral. Pedro Sánchez no elige ese café para muy cafeteros por haber comprendido la profunda injustica de la estructura social vigente. Es evidente que no se ha hecho al cálculo de costes para construir las viviendas prometidas, pero lo que sí está perfectamente diseñado, que salga ya se verá, es dónde se quiere impactar electoralmente con ese posicionamiento anticapitalista. No cabe duda que es una llamada a la parte más a la izquierda del electorado, incluido el nacionalismo radical, lo que cuestiona la sinceridad del apoyo a Yolanda Díaz (destino manifiesto en el PSOE) al ocupar también su espacio. Rota la unidad de lo que hay a la izquierda del PSOE, al haber asumido su programa ideológico, lo que se pierda por la derecha, se compensará con un trasvase de votos desde la izquierda impulsado por el voto útil que la división provocada en Unidas Podemos traerá consigo. Si eso no da para gobernar, el PSOE habrá mantenido al menos un importante apoyo electoral y el Presidente podrá decir que ha mantenido a flote el Partido gracias a su estrategia y tratar así de prolongar su liderazgo.

José María Sánchez Romera

 

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