El botellón desaparece de plazas, calles y playas, veredas de rios y vereda tropical de Andalucía. Así lo ha decidido el gobierno de la Junta. Y aunque la medida no sea criticable por razones de seguridad sanitaria, acaso si lo es el tono, que suena a pronunciamiento autoritario de otra época al declarar que se trata de una actividad «insalubre, nociva y peligrosa». Esto suena a aquella ley de Peligrosidad Social de cuando Franco y que, no hay que olvidarlo, venía de la II República y que combatía comportamientos considerados antisociales que incluía a vagabundos, nómadas, proxenetas y otros.
Insalubre lo es indudablemente, pero no de ahora sino desde hace décadas cuando se implantó la moda y se la dejó crecer. Y es infecto por la cantidad de restos inorgánicos y orgánicos que esa práctica del postureo juvenil deja a su paso y las consecuencias acústicas que provoca en los padecidos vecinos. El mogollón, la juvenalia, la fiesta de los locos duraban en la antigüedad a lo máximo tres jornadas, hoy lo hacen todo el año.
Pero lo que llama la atención es lo de nocivo y peligroso. Ambos suenan a una ranciedad decimonónica; un anatema de hisopo y agua sagrada. Es prohibir lo que se sale de lo establecido, lo que mi mente mojigata no entiende, la libertad que puede romper en pedazos la hipocresía que defiendo. Ya lo dijo Elsa Morante cuando en sus noches romanas escupía a la mediocridad que suponía la clase media, pero más que a ésta a la mentalidad que la representa.
Estamos ante un virus que es una costura fallida en un sistema que viene tiempo resquebrajándose. Se inventará una vacuna para este virus, pero para el Sistema no hay vacuna y el aviso es serio. La pandemia y el miedo no solo está contaminando la salud, van infectando los principios esenciales de la democracia que ya venía aquejada de metástasis que recorre una amplia horquilla ideológica. De esto no se libra nadie.
Sabemos de los retrocesos de libertades que esta democracia controlada está imponiendo y del terreno tomado desde hace tiempo por lo políticamente correcto sobre la libertad de pensamiento y expresión. Todo ha devenido en marketing insoportable con cadena de montaje y departamentos de ventas varios. Y mucho más si una enfermedad vírica nos amenaza y somos conscientes de que ante ese imprevisto somos incapaces de reaccionar.
En estos días decía Pérez Reverte, en una entrevista que «Antes nos gobernaban ricos, luego resentidos, ahora estúpidos», y añado yo, pillos. Estos llevan un tiempo.
J Celorrio
