Hasta que la despedida sea la propia nos queda sentir los huecos que dejan aquellos que se van y lo que ellos mismos nos contaron. Hoy te ha tocado estar, querido Alex,en este negro sobre blanco de los adioses no circunstanciales sino de esos que sabemos están al albur de los misterios y enigmas de la existencia.
No obstante, dicen que existir es morir y esto no es más que el desorden de la carne. Pero, desdramatizando la cuestión, el propio existir deja la huella del cincelado que hicimos sobre los demás a nuestro paso. Y eso es lo que mantiene vivo a quienes con certeza dejaremos ya de ver en nuestro porvenir de corto o largo trayecto: recuerdos de aquellos momentos compartidos y que de improviso, desde la enigmática, profunda sima oceánica que es la mente volverán a la superficie para en tu caso traernos la sonrisa canallita de las almas buenas, el porte elegante de los galanes, el tono exquisito de tu trato y cierta tristeza, como petimento en los lienzos, escondida en tu mirada.
Hoy te despedimos poniendo luto en este hilo de las horas y entendemos que el mundo sólo tiene interés hacia el futuro, pero cuando eche una mirada al pasado serás recuerdo en esa galería de personas que pasaron por nuestra vida y dejaron poso de buenas vibraciones, de cordialidad siempre tan necesaria, de amistad que deja añoranza.
En algún sitio, en algún lugar de esta química y física que nos contiene, en esa absoluta verdad que debe existir en algún sitio, seguro que estas y que nos encontraremos.
Hasta entonces, Alex.
J Celorrio