18 abril Texto Javier Celorrrio La vejez acompaña el viaje con nostalgia de otros, rostros y nombres en los clasificadores de momentos, lugares de cuando entonces. Son miles de rostros, de otros, de nombres que te asaltan y de donde desaparecen los desagradables pues el tiempo todo lo clarifica y esos otros se han ido convirtiendo en cantos rodados a merced de las olas que los lleva y los trae sin consecuencias, allá ellos. La melancolía acompaña el ser de lejanías en el que nos vamos convirtiendo a medida que avanza nuestra cronología y va repartiendo las edades del tiempo y allí donde una arruga recordada aparece la persona en plena lozanía. Eso es lo que tiene el recuerdo que es auténtica maquina del tiempo y nos sube a un tren donde el destino puede parar en cualquier estación biológica, pero desde la nuestra que ya se ha dicho de lejanías y está cuarteada como cuero viejo por los ir y venir de sus experiencias: es nuestra vejez, pero en cuya actualidad presentísima también está el pasado ese que en cada momento se va trasformando.
Envejecer -me dice un amigo-, tiene muy mala prensa, lo cual es un engaño porque los viejos que somos los que mandamos no queremos que los jóvenes se enteren de lo bueno que es ser viejo. Le damos mucha coba y decimos que el mundo es de llos jóvenes, pero es mentira: el mundo es de los viejos y los viejos se lo pasan estupendamente. Ves las cosas con claridad, sabes lo que hay que decirle a uno y a otro, sabes de lo que tienes que escapar, sabes como librarte de los pelmazos… De joven estas esclavizado por las mayores tonterías y encima crees que eres libre.
Confieso que tanta euforia me desconcierta, pero es cierto que vas encontrando cierta serenidad y un intento de sumar mas que restar. (Anterior entrada)