5 abril Texto: Javier Celorrio Woody Allen refiriéndose al escritor Norman Mailer y bromeando sobre el ego de éste decía que lo había donado a la Escuela Médica de Havard. Todo el mundo sabe la constancia del escritor americano en creerse el ombligo del mundo. El ego es algo que el aldeanismo siempre etiqueta en los demás pero nunca a sí mismos. El ego es ese exceso de valoración que alguien tiene de sí mismo y como tal, sinónimo de falta de modestia, arrogancia, presunción o soberbia que en ocasiones si es desmedido no le permite ver la realidad, pero antes para conseguir imponerse ha utilizado herramientas como el servilismo. Aparte, para quien lo ejerce supone un manantial de sufrimiento de no saberlo gestionar y un conflicto continuo en cualquier relación social y laboral. El ego, en su soberbia, es un campo muy abonado de ignorancia puesto que el ególatra es incapaz de atender al diálogo y menos a razonarlo y sin dialéctica se convierte en monologuista de la sandez al carecer de conocimiento. Pero hay una herramienta de la que el egotismo se vale y es la apropiación de una estructura ajena queriéndola pasar por propia a pesar de caer en la contradicción más flagrante. Ejemplo de grandes egos los hay en toda las actividades humanas, pues es consustancial a la naturaleza del ser sin cualquier exclusión social o laboral. Para mi Bernarda Alba es una egolatría de libro en su micro mundo clausurado al exterior al igual que lo era Napoleón en su sueño imperial. También lo fue Nerón haciendo caso omiso a las prédicas de Séneca e incendiando Roma.
Ese dicho popular de guárdate de un tonto malo es ajustado también al ego; pues es ego embarrado de estupidez lo que provoca maledicencia y malas artes en la búsqueda del propio beneficio y convierte en tonto a quien encima es malo. Lo que no quiere decir que todo ególatra sea tonto ni sea malo, pues los ha habido de interés incontestable y muchos de ellos admirables en sus obras y vidas, pero a la especie que me refiero haberlos haylos como nubarrones de mosquitos molestos y pertinaces.
Sabemos que esa especie de prurito de estar por encima del bien y del mal se da mucho en las profesiones que requieren de un público que las jalee, al caso «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo»: “Tout pour le peuple, rien par le peuple” es una frase que se originó en Francia, y hace alusión a la idea de un poder casi absoluto sostenido por un gobernante, el cual brinda a su pueblo aquello que su ego cree que necesita.
El ego no tiene por qué acompañarse de narcisismo, aunque lo sea, pero si lo hace… desolación total. (Entrada anterior)