Conversaciones / Tomás Hernández

 

La desolación, la guerra, la muerte y el miedo a la pobreza son ahora nuestros temas de conversación. El horror servido a la hora del almuerzo. Vivimos en la delgada línea donde un error de cálculo, una provocación intencionada puede incendiar otra guerra mundial, la tercera de los tiempos modernos. ¿De qué vamos a hablar si no del miedo?

Y buscamos razones y miramos con un desgarro de asombro el bucle incesante de la muerte alzándose sobre las casas incendiadas. La prensa, las imágenes nos cuentan historias de los obligados a separarse, el padre a la guerra, la familia al exilio. Oímos hablar de las razones geopolíticas del conflicto. Pero ahí no están las respuestas que buscamos. Nuestro desasosiego es otro y no lo calman ni la compasión ni las estrategias políticas.

Hemos simplificado al ser humano en dos prototipos, el villano Putin, que lo es, y el héroe Zelenski. Pero no somos así, héroes y villanos; esa superficialidad es propia de comedias de enredo. Y vivimos un enredo, sí, pero de tragedia, no de comedia.

Y así andamos, como reata de ciegos camino del precipicio sin saber quién nos guía ni qué fuerza oscura nos empuja.

Por más estadísticas y mapas que nos muestren, por más acaloradas descalificaciones contra el invasor, que se las merece, todas, la pregunta sigue estando en nuestra boca y en nuestro miedo. ¿Qué sistemas perversos hemos ideado y consentido para justificar el horror y la depredación? Sólo nos sirve de consuelo la desinteresada entrega de los solidarios.

Tomás Hernández

 

 

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