En agosto se cumplirán los sesenta y cuatro años de Lolita de Nabokov, que es ya un clásico de la literatura del siglo XX, por ponerle un siglo a la obra maestra. Dolores, Dolly, Lola o Lolita estaría hoy en la setentena larga, maldiciendo la mascarilla o a lo mejor ni estaba; pero lo bueno de los mitos literarios es que siempre se quedan con la edad del libro y su rostro jamás se marcara con el abatimiento «de ilusiones cadávericas arrastradas años y años» que decía Pla.
Lolita siempre está recién salida de la huerta, mientras que lo malo queda para los lectores que vamos pasando hojas y horas y, antañones, no estamos ya de última generación. O sea, como una silla vintage de las que la revistas de decoración de luxe visten el interiorismo de los casoplones del verano.
A la nínfula literaria Umbral le dedicó arrobas y arrobas de adjetivos. Y ahora a maestro Umbral no le lee nadie en ese purgatorio por el que pasan los muertos ilustres si la época que le sucede es pacata, hipócrita, ágrafa como la que vivimos y en la que a Lolitas y Lolitos lo único que le preocupa es que prohíban el botellón, corten el whatsApp o no les salga un novio de couche como el torero Ponce. Ya digo que vuelven las Lolitas, pero de mayoreras prácticas y al dinero contante y sonante que para eso son masters de no sé qué y no sé cuánto.
Hace sesenta años Lolita estaba aprendiendo la seducción con instuición propia, hoy la seducción tiene el manual en mediaset y chusco como la política, el arte, la gastronomía, etc.. etc… Que tampoco voy a cansar con una lista de disciplinas muy controladas y colgadas al manual de lo correcto.
Recuerdo que en una entrevista aparecida en Jot Down lo decía la personalísima actriz, Victoria Abril: «En los noventa apareció eso de lo políticamente correcto y a partir de ahí hemos ido perdiendo libertades». Ya, hasta el día del Orgullo Gay se ha convertido en una cuchipanda institucionalizada donde los políticos tienen su parcela actoral para repartir tolerancia, y el mercado turístico, o el que había tras el paso de Simón, otra marca que añadir a su catálogo mundicolor.
Antes nos cansábamos de los agostos periodísticos con la muerte de Lorca y Marilyn a la cabeza y aquel animal prehistórico del Jurasic Park escocés, este agosto para los saraos te piden llevar mascarilla de media etiqueta y en sus toilettes doradas no te encuentras, como tal que ayer, parejas jadeando a los bestia sino un hidrogel con aroma a brisa.
Instagram es la fiesta colorín, mona, aséptica de este verano. El mío vira a modo sepia, tal que ahora estamos aquellos Lolitos, Tadzios; aquel juego de seducción aprendido en la Filmoteca Nacional o en la Alejandría de Durrell y en el Onades de Terenci es recuerdo.
J Celorrio
