Elena Navas
En el s.XVI, el Barrio de San Sebastián, seguirá siendo el emplazamiento principal de los trapiches, por su cercanía al río Verde, la vinculación a las acequias y a la Vega sembrada de cañas de azúcar. Tras los repartimientos, los trapiches pasarán a ser propiedad de la Hacienda Real, que los arrienda a personas principales de Granada.
Con Felipe II, uno de los trapiches, pasará a conocerse como el Ingenio Real del Agua, pues el empuje del agua movía los cilindros verticales que estrujaban las cañas de azúcar, el único en toda la costa. Hasta entonces, todos los trapiches funcionaban con “tracción de sangre”, llevada a cabo por animales.
Como vemos, el agua es el elemento primordial para decidir el emplazamiento de las fábricas antes y después de la revolución industrial; de ahí la importancia de que el Ingenio Real del Agua contase con su propia acequia, que se realizaría a la misma vez que otras dotaciones y mejoras con las que el rey Felipe II compensa los puntos de defensa costera frente a los ataques de piratas berberiscos. Así, en 1559 se le proporciona a la ciudad de Almuñécar una fuente pública tan importante como el pilón de la Calle Real.
En 1658, en el manuscrito “Almuñécar Ilustrada y su antigüedad defendida”, ya se menciona el Ingenio Real del Agua como propiedad del Ministerio de Hacienda, situado en el barrio de San Sebastián, así como su ermita en la que escuchan misa los jornaleros durante la temporada de la zafra, monda y molienda de la caña de azúcar. Se añade que había otro trapiche cerca, que funcionaba con el tiro de mulas; así como el trapiche y la ermita de San Lázaro, en el lugar conocido actualmente como “Las Peñuelas”, que quizá se podría identificar con Almeuz, la pequeña población anexa a Almuñécar que se menciona en el Libro de Repartimientos, que conocemos gracias al magnífico trabajo de Dª Carmen Calero Palacios. A estas ermitas acudían a decir misa los religiosos del convento de la Victoria, y les pagaban los dueños de los trapiches.
A partir del s.XVII se instalan en el barrio de San Sebastián las principales fábricas, preindustriales, de Almuñécar, como por ejemplo, una fábrica de salitre, para obtener pólvora con la que abastecer los destacamentos militares, como el castillo de San Miguel, o el de La Herradura. Este terreno era un buen criadero de salitre por ser terreno húmedo, por eso se rellenaba con escombros, muchos de ellos obtenidos de edificios antiguos y de los propios restos de las ollerías, que se regaban con frecuencia para que surgieran las costras blanquecinas con las que conseguir la conocida como “Sal Niter”. También se instalaron en el barrio de San Sebastián otras fábricas de ladrillos, hornos de cerámica y molinos de harina. Además, se construye una nueva ermita, la de Nuestra Señora de Gracia.
En el s. XVIII funcionaban cuatro fábricas de azúcar en Almuñécar, una en “Las Peñuelas”, dos en el barrio de San Sebastián y una en Almuñécar. En la relación patrimonial del catastro se describe el Ingenio Real, y se dice que distaba cuatrocientos pasos de la población, que molía con agua, y que tenía cuatro vigas. El edificio estaba compuesto por veintidós habitaciones, naves para la molienda y provisión de dicho ingenio, cocina con cinco hornos, banco para las cuajaciones, ribera para las mieles, cuartos de molienda, vigas ,cuadras para las caballerías, un granero y herrería; y veintidós cuartos altos destinados a vivienda de la familia y el blanqueo del azúcar.
El proceso para la obtención de azúcar era laborioso, primero había que presionar la caña de azúcar para extraer el jugo, al que se le añadía una lechada de cal para neutralizar los ácidos; luego se depositaba en grandes calderos de cobre para cocerla y eliminar microbios; y por último, se purgaba, colocando el jugo en los conos de cerámica, a los que se añadía una capa de barro aguado que ayudaba a arrastrar los trozos de melaza hacia el fondo, saliendo por los agujeros que tienen las formas en la base, quedando en los conos el “pan de azúcar”. La melaza era el producto al que podían acceder los más pobres.
La producción de caña de azúcar requería una gran cantidad de mano de obra, en ella intervenían oficios muy variados, y tan variopintos como los encaladores, los arrieros o los olleros, pues las hormas de barro para guardar el azúcar y sus medidas eran muy importantes, previamente se revisaban y sellaban por el personal del cabildo o la aduana. Moler en los trapiches costaba dinero, por todo esto, hubo un tiempo en el que se denominaba aduana a los trapiches. El robo de caña de azúcar y de conos de azúcar por parte de barcos que pasaban por la costa originaba grandes pérdidas, por lo que se tomaron medidas y el hurto de una simple caña de azúcar estaba penado, por eso era frecuente que la chiquillería corriese detrás de los carros que transportaban la caña, por si caía alguna. También intervenían las mujeres, que tenían una labor muy importante en la monda, donde limpiaban la caña quitándole las hojas, que son muy cortantes. Los niños también trabajaban retirando los tizones una vez que se quemaba la broza del campo.
Las consecuencias de la producción de azúcar se empiezan a notar en la paulatina desaparición del bosque originario de encinas, quejigos y alcornoques, debido a la tala de árboles por la necesidad de utilizar la madera como combustible para la cocción lenta y prolongada que necesitaba el proceso de producción de azúcar. En imágenes antiguas podemos apreciar como las pilas de leña eran descomunales. La deforestación, en terrenos de fuertes pendientes, originaba que con las lluvias los sedimentos fuesen arrastrados y poco a poco se colmatasen las ensenadas naturales. Al no existir vegetación capaz de retener las crecidas de los ríos, las inundaciones eran muy fuertes y frecuentes.
En este contexto se crea la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Almuñécar (1774), encabezada por un clérigo del monasterio de la Victoria, Fray Pedro de Torres, junto con algunos propietarios de tierras, que pretenden fomentar el cultivo de la caña de azúcar frente a la producción. Se realizan campañas de repoblación de las orillas del río Verde con pinos Carrasco y álamos blancos, que además proporcionaría madera; también se construyen muros de contención y defensas para que no se inundase el Ingenio Real del Agua, se proyectó encauzar los ríos e incluso realizar una presa en la zona de Torrecuevas pensando en épocas de sequía.
El río Verde, cercano a su desembocadura dejaba una amplia zona de agua estancada, de ahí que se conozca con el nombre de La Albina, nombre que recibe el terreno pantanoso. Esto hacía a Almuñécar favorable para el cultivo de la caña de azúcar, pero que resultaba nocivo al proliferar los mosquitos, y con ellos el paludismo, siendo frecuentes en la ciudad las epidemias de Tercianas (especialmente fuerte la de 1786), y cuartanas, cuyos síntomas principales eran las fiebres y escalofríos cada 3 días o cada 4, de ahí sus nombres. También eran comunes los tabardillos, una especie de insolación por los trabajos en condiciones duras de humedad y sol.