Este pasado viernes ha tenido lugar un interesante acto en el que el economista francés Thomas Piketty presentó su libro “Una breve historia de la igualdad”. El evento contó con la asistencia de la Ministra de Trabajo Yolanda Díaz que mostró gran entusiasmo por la obra del economista al que dijo perseguir (sic), leer y estudiar para convertir la causa de la igualdad en una herramienta de cambio social y político. Las intervenciones de ambos dejaron precisiones muy interesantes de cara a conocer las propuestas con las que la izquierda pretende abordar el futuro. La impresión general es que bajo un lenguaje sugerente encontramos ideas ya conocidas junto a las habituales tergiversaciones conceptuales en las están ausentes lógica o evidencia alguna y carentes de antecedentes históricos que las avalen. Por ejemplo, la Sra. Díaz sostuvo que “todo lo que se dijo en el siglo XX sobre «el fin de la historia» era mentira. El valor del trabajo ha quedado reivindicado durante esta crisis sanitaria por el trabajo de las cajeras, las reponedoras, las trabajadoras de la sanidad pública…”. Por distintas razones a las que hace referencia la Sra. Díaz, la teoría del fin de la historia fue con toda certeza candidata a ser calificada como una de las mayores tonterías del siglo XX y de la cual, su propio autor, Francis Fukuyama, se ha desdicho. El pensador americano puso de manifiesto una enorme ingenuidad al suponer que los totalitarismos alguna vez se dan por vencidos. Pero el valor del trabajo nadie lo ha puesto en duda, todo lo contrario, el liberalismo, al que aluden y se contraponen Díaz y Piketty, tiene una noción tan elevada de su importancia que rechaza que los burócratas que dirigen el estado pretendan ponerle un precio “objetivo”. El capital es el resultado de la acumulación del esfuerzo creador y productivo, no de la explotación humana y menos aún de las burbujas financieras provocadas por las masivas emisiones monetarias con las que se pretende sortear una supuesta “austeridad” e impulsar la recuperación. Ya estamos viendo sus consecuencias con la explosión inflacionista que devora el poder adquisitivo de salarios y ahorros. Pensar que hacer lo mismo con la invocación de la igualdad traerá efectos distintos a los ya conocidos pone de manifiesto una (fatal) arrogancia.
Lejos de hacer a este socialismo del siglo XXI el psicoanálisis que la al que la izquierda somete habitualmente al liberalismo para juzgarlo, utilizando unas veces sus hechos y otras sus presuntas intenciones (la llamada filosofía de la sospecha), lo razonable es examinar con objetividad lo que en esencia dijeron la Ministra y el pensador a fin de conocer qué nos pueden deparar sus propuestas. En sintonía con el libro presentado, su concepción de la igualdad fue planteada como un “deus ex machina” que debe propiciar un cambio hacia una sociedad no sabemos si más justa o plenamente justa porque no lo aclararon o si se trata de un proceso con estación término o de carácter dialéctico. Si la igualdad buscada es solo de base material o quiere abarcar la totalidad humana, lo que sería inquietante porque podría abrir incluso la puerta a la eugenesia, todo sea por la igualdad, podrían decir. Piketty en todo caso quiere hacernos confundir la lucha por la igualdad con la lucha por la libertad. Lo mismo que en su libro “El capital en el siglo XXI” sustituye, en pos de una misma finalidad ideológica, la idea marxista de la lucha de clases por un devenir histórico determinado por la lucha de las ideologías, en su nueva obra convierte libertad en igualdad a los efectos de dar sustento historicista a las tesis de su libro. En algunos casos ha buscado la confirmación de su pensamiento a través de movimientos sociales reivindicativos como el de la discriminación racial. Puede haber una parte de verdad en ello, pero esa discriminación es también la falta de libertad de unos para hacer lo que estaba permitido a otros. Pero lo que en el caso anterior permitiría una discusión, nominal al menos, la pretensión de integrar de manera holista todos los acontecimientos históricos, tan heterogéneos, bajo la motivación igualitaria carece de toda explicación convincente. Piketty incluye de manera arbitraria movimientos como “mee too”, “black lives matter” o las dos guerras mundiales. En el caso de los conflictos bélicos el argumento que emplea como causa de los mismos, las contradicciones sociales vinculadas a la desigualdad, solo está en su conveniencia argumental y es una “prestoniana” muestra de nulo aseo intelectual. Atribuir el asesinato del archiduque austríaco en 1.914 y la invasión de Polonia en 1.939, actos desencadenantes de ambas conflagraciones globales, a los déficits de igualdad de la época, no demuestra un gran respeto de Piketty por sus lectores. De igual modo, el fin de colonialismo con sus antecedentes bélicos o los procesos de independencia nacionales respecto de las metrópolis, que para Piketty responden a una motivación igualitarista, responden a una interpretación histórica que se aparta de los hechos y entronca de forma taimada con la idea marxista que atribuye el origen del capital a la dominación colonial. Tampoco los movimientos sociales que impulsaban cambios para la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores respondían a una inspiración igualitaria, lo que los animaba era obtener mejores salarios y otra serie de derechos. Lenin se dio cuenta de esto y viendo que la revolución proletaria no llegaría por el colapso capitalista como Marx había predicho, relegó el papel del movimiento obrero a la de elemento de movilización para la conquista del poder al dictado de una vanguardia revolucionaria de teóricos y agitadores (Algo que pudo inspirar unas frases de Azaña tan poco igualitaristas como las pronunciadas en el Ateneo en 1930: “ La obligación de la inteligencia… consiste en buscar brazos donde los hay, brazos del hombre natural, en la bárbara robustez de su instinto…Los gruesos batallones populares, encauzados al objeto que la inteligencia les señale, podrán ser la fórmula del mañana.”).
Llama la atención en el libro de Piketty sobre la igualdad que se insista en la movilización social permanente sin reconocer a la democracia papel alguno en la dirección política. Al contrario, se refiere a la democracia como un sistema imperfecto, el que él promueve debe condensar la perfección, como una forma más de participación política que, en el mejor de los casos, se pone al mismo nivel de legitimidad que el activismo social. ¿Pero qué ocurriría si todas las alternativas políticas deciden obtener por la movilización el triunfo de sus ideas? Cuesta trabajo imaginar que el Sr. Piketty piense que solo se van a movilizar quienes comparten las suyas. No hace falta ser profeta para prever que las disensiones socio-políticas acabarían fuera de los mecanismos institucionales y las discrepancias se resolverían mediante la confrontación directa. Lo que Piketty hace es alentar un conflicto social del que debe pensar que saldrán ganadores sus postulados a los que de facto concede derechos morales superiores al querer hacerlos valer, no por agregación de mayorías sociales, sino a través minorías dispuestas a imponer sus valores por medio de la agitación social. En todo caso, ¿qué tiene eso de original?, ¿la movilización social con fines políticos? Pues es como si Piketty nos anunciara como gran novedad en 2.022 el invento de la rueda.
José María Sánchez Romera