Tanto Yolanda Díaz como Thomas Piketty estuvieron de acuerdo en adoptar medidas fiscales de alcance claramente confiscatorio y la cogestión empresarial, eufemismo de expropiación. Las razones morales que justifican tales enfoques, basados en evidencias perceptibles solo para quienes los defienden, sitúan como hecho objetivamente injusto la disposición de más bienes unas personas que otras, lo que haría necesaria la acción del Estado para corregirlo. Demostrar que esa injusticia está respaldada por certezas debería ser la primera obligación de quienes lo sostienen, al no poder hacerlo simplifican la cuestión afirmando que prosperar y comerciar conducen al empobrecimiento del resto. Considerada la riqueza como una magnitud dada que aparece de forma espontánea donde algunos muestran más habilidad que otros para quedarse con una mayor parte de la “tarta”, lo único que se debe hacer es dejarlos actuar y después ir arrebatándoles los excesos obtenidos por medio de decisiones políticas hasta que todo termine pasando a manos del Estado (no confundir con las personas).
Sin embargo, la riqueza no es una cantidad que pueda anticiparse, no se sale al mercado conociendo los beneficios, es el producto no predeterminado de trabajo, creatividad, emprendimiento, inventiva, azar y riesgo de quien lo apuesta todo a una idea entre cuyos desenlaces está el que acabe arruinado, aspecto este último que no se considera por los expropiadores porque esa evidencia les sepultaría el dogma. Los resultados del emprendimiento no se pueden establecer de antemano, el colectivismo dice poder hacerlo y cuando los resultados incumplen las previsiones culpan a algo o a alguien, en lo que debe reconocerse ha logrado un alto grado de impunidad ante la crítica mediante los ardides retóricos de intelectuales que tratan de convencernos de que es la realidad la que se equivoca y no ellos. Progresismo y progresar se han relativizado tanto como lo que en la comunicación pública ahora se entiende por verdad y mentira, dos significantes devenidos vacíos al ser convertidos en rehenes del contexto, la arcilla con la que se moldea la posverdad.
Correlato de lo justo según los oradores es la necesidad de volver (?) a tipos de gravamen fiscal superiores al 75% en el IRPF, considerando corto el actual 45% (no olvidemos que después se paga un 21% de IVA y otra serie innumerable de impuestos y tasas que gravitan sobre toda clase de actividades). Pero todo parece poco para alcanzar tanto bien como desean. El uso de cifras con evocaciones mágicas (como el famoso multiplicador keynesiano) no representa ninguna novedad y no tiene realmente más valor que el de cualquier ocurrencia. Nunca oiremos explicar por qué debe ser el 75% y no el 85%, el 71,356% o el 25% y resulta fácil anticipar que agotado el primer efecto recaudatorio tendrá como consecuencia inmediata que nadie irá más allá del límite de lo que se le permita conservar, hay múltiples ejemplos de esto ha ocurrido siempre así, contrayéndose drásticamente la creación de riqueza. La retórica envolvente de que estas medidas solo afectarán a los “superricos” no es creíble porque no es viable, la realidad es que con ello no cubrirían ni de lejos presupuestos que aspiran a gestionar, en este momento, más del 50% del PIB nacional, no digamos ya si se quiere ir ampliando ese porcentaje. Es la extensa parte de la sociedad con rentas medias y medias-bajas, a la que siempre prometen no subirles los impuestos, la llamada a soportar el voluminoso gasto público que todas estas medidas conllevan a las que no se acompaña una explicación mínimamente convincente para elevar decenas de miles de millones de euros la recaudación.
También defendieron una cogestión basada en “desplegar políticas igualitarias, que transformen por completo la toma de decisiones de las empresas, para que ahí estén los trabajadores y las trabajadoras» (Yolanda Díaz). El Sr. Piketty secundó el modelo de cogestión sosteniendo que “En el siglo XX ha habido países como Alemania o Suecia donde se ha impulsado la transferencia de acciones a los trabajadores. Creo que podemos ir incluso más allá, yo creo que incluso en las pymes debemos aplicar algo así y, por ejemplo, limitar las acciones de cualquier propietario, para que nunca supongan más del 10%”. Limitar al 10%, otra cifra mágica, la propiedad de acciones, forma parte del aparataje de relleno al servicio de una teoría preconcebida. Porque Piketty ocultó la parte esencial de la verdad, la organización empresarial que existe en Alemania, similar a la de otros países europeos, es obligatoria solo para empresas con más de 500 trabajadores y la representación se articula a través de un llamado consejo de vigilancia, que no participa en las decisiones ejecutivas, sistema denominado dualista. En España experimentamos el sistema contrario, monista o de cogestión pura, en las cajas de ahorro, sin que sea necesario recordar los resultados.
Esta propuesta, de formulación estrictamente política, está en los márgenes de la realidad y no debe confundirse con el cooperativismo, que tampoco es viable sin cálculo económico. Si la toma de decisiones no está inspirada en atender las demandas de los consumidores y en optimizar costes-beneficios, sino en criterios por encima de la viabilidad de la empresa no hay futuro para ella por muy bien que suenen algunas músicas, así de sencillo. La experiencia del sistema socialista se ha demostrado fallida después de cien años de intentos en los que se han ensayado todo tipo de fórmulas y siempre con la constante disculpa de que la idea es buena, aunque mal llevada a la práctica. No es cierto, el socialismo no funciona porque asienta su teoría en conceptos cuyo artificio quedan al descubierto cuando de la literatura pasan al mundo real. El asunto consiste en ir lanzando liebres para hacernos correr tras ellas ocultando el objetivo real, suprimir la libertad de empresa, un mal social que debe terminar erradicado mediante la vacuna de la intervención pública.
En 1.954 Henri Hazlitt publicó el libro “Los errores de la nueva ciencia económica”, una refutación exhaustiva de la “Teoría General…” de Keynes publicada en 1.936. En el prólogo Hazlitt dice: “Se puede demostrar que las principales “aportaciones” de Keynes son falsas y que, en aquellos casos en que dice algo que es cierto, no dice realmente nada nuevo”. Las ideas de Piketty no son nuevas, tampoco buenas, es la conocida salmodia colectivista cuya única renovación la encontramos en la semántica.
Nota: (La primera entrega de este artículo puedes consultarla aquí https://costadigital.es/thomas-piketty-en-espana-1-jose-maria-sanchez-romera/ )
José María Sánchez Romera