Tiempo de rectificar / José María Sánchez Romera

“Quienes no cambian de opinión, nunca logran cambiar nada» (Winston Churchill)

 

Hace unas tres semanas me referí al despropósito que el plan económico del Gobierno conservador británico significaba. Subir el gasto público y bajar los impuestos viene a ser como empezar a trabajar a media jornada y decidir gastar el doble que cuando se trabajaba el día completo. No hacía falta ser Casandra para anticipar las consecuencias de aquella decisión y hoy el Ministro de Economía que diseñó ese programa estrena condición de cesante. Esa cabeza pretende salvar la de la Primera Ministra seriamente amenazada por el tremendo fiasco nada más iniciar su gestión. Está por ver que la rectificación anunciada, subida de impuestos a las empresas, sea la solución si los proyectos de gasto del Gobierno se mantienen. Si hay algo positivo en todo esto es que al menos la rectificación, ya se verán sus resultados, ha llegado rápido, puede que ayudada porque la decapitación de la jefa del Gobierno fuera inminente. En la vertiente negativa está que por lo visto ningún miembro del Gobierno británico se percató del dislate, lo que nos lleva a dudar seriamente de la calidad del capital humano que lo compone. Lo cierto es que el Partido Conservador es un zombi político en patética marcha hacia la oposición, siendo muy dudoso que agote la legislatura en tal deriva. A Liz Truss, está claro, le ha quedado enorme el cargo de Primera Ministra y su partido ha entrado en esa fase, su elección lo demuestra, de la que solo puede recuperarse yendo a la oposición. El Sr. Sturmer ya puede ir contratando el taxi que lo llevará más pronto que tarde al número 10 de Downing Street.

En España nuestro Gobierno en su errada coherencia parece sin embargo decidido a persistir en su política para evitar su decapitación electoral (la de partido al modo británico es una quimera). Cuanto más se profundiza en la letra pequeña de la ley presupuestaria para 2.023 más impuestos se descubren y eso explica la cantidad de anuncios de gasto que promete distribuir como regalías entre distintos colectivos, lo que no solucionará nada como se está viendo y seguirá aumentando las dificultades económicas de la población atrapada en un círculo vicioso de altos impuestos e inflación que las subvenciones no podrán compensar porque la recaudación está muy por encima del crecimiento de la economía, inflado en sus previsiones, para el próximo año. La falla mayor consiste en volver sobre el viejo catón que concibe la sociedad compuesta por grupos sociales homogéneos como si fueran los epígrafes que agrupan los contenidos de un libro. La realidad social se forma por personas con situaciones individuales innumerables que solo bajo el conocimiento de sus propios parámetros pueden abordar sus problemas, la cuestión que es se les deje los medios para hacerlo. Este tipo de abstracciones a la que es tan proclive la izquierda las lleva de a una ilusoria planificación económica basada redistribuir las rentas que se detraen a los sectores más productivos de la sociedad para financiar gasto corriente, público, sobre todo, y privado. Se ciega el ahorro, se disminuye la inversión, el gasto político se multiplica y se desanima el emprendimiento. A base de agotar la creación de fuentes de riqueza el reparto deviene imposible, no hay un solo caso de éxito basado en esa combinación de factores y el tópico de poner en valor lo público no encuentra mayor negación que seguir insistiendo en esa dispersión de objetivos en los que se dilapida el esfuerzo nacional. Los anuncios sobre la transitoriedad de las medidas tienen una credibilidad cuestionable cuando se plantea un conflicto ideológico con la iniciativa privada.

Todo el mundo puede recordar las arrebatadas críticas que suscitó la llamada política de austeridad con la que se supone que afrontaron los gobiernos la crisis de 2.008. Aun asumiendo ese hecho, no puede decirse que lo contrario, las políticas expansivas de gasto y el dinero inorgánico a raudales que hemos tenido, nos haya traída a una situación mejor que aquella, ha sido peor. Cifras de paro inamovibles del doble dígito, pese al dopaje del empleo público, una inflación disparada que empobrece cada día a más gente y los índices de pobreza en aumento constante, son el paisaje que aparece una vez se despeja el humo intervencionista. Un aspecto colateral, o no tanto, que agrava este problema es un tratamiento inadecuado en los medios audiovisuales, los que llegan a más gente, contado como algo que no tendría explicación, que simplemente ocurre. Luego sigue empeorando la situación y la necesidad de una nueva vuelta de tuerca intervencionista con el anuncio de otro paquete de medidas económicas. Desde antes de la pandemia y sin la menor cortapisa a partir de ella, se han desterrado los principios más elementales para una gestión razonable y pragmática de las cuentas públicas. Los presupuestos son un instrumento político de impacto-influencia bajo el que ha desaparecido todo interés, siquiera inicial, en que cuadren las cifras, se saben papel mojado desde su confección.

Juventud sin futuro, desempleo estructural, pobreza energética (expresión ahora en paradero desconocido) real, empresas al límite o desapareciendo, una deuda pública atenazadora y reciente la congelación por Unión Europea de los fondos de ayuda por falta de justificación, nada parece mover el designio del Gobierno en seguir el mismo rumbo. Hasta la mediocre Sra. Truss ha asumido la necesidad de un cambio a la vista de los acontecimientos, lo que nos sitúa unos escalones por debajo de su mediocridad.

 

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