Y los keynesianos cogieron su fusil… / José María Sánchez Romera

 
Y LOS KEYNESIANOS COGIERON SU FUSIL…
…aunque esperemos que no sea la carabina de Ambrosio.
 
Keynes vuelve a estar de moda por las necesidades de justificación teórica  que los estados precisan para remontar la crisis post-covid. Cierto es que más que keynesianismo lo que se están aplicando son recetas monetaristas, es decir incrementos ingentes del gasto público por los gobiernos, pero en esencial los efectos de ambas vienen a ser lo mismo y seguramente al final las medidas que se adopten serán una mezcla de las dos.
 
Por extraño que pueda parecer debido a su reiterada invocación, ni el ciudadano medio ni la mayoría de lo que pueda considerarse gente mejor informada, saben quién es y mucho menos han leído nada de Sir John Maynard Keynes (tipo inteligentísimo y brillante, circunstancias en las que residió gran parte de su éxito), autor de la Teoría General del empleo, el interés y el dinero. Un lejano eco hace que a algunos la mención del economista inglés se asocie al concepto de un estado portador de poderes taumatúrgicos para resolver los descalabros de la economía a base de dinero alegremente fabricado en las linotipias de los bancos centrales e inyectado en vena al mercado bien por la expansión del crédito (Keynes) o vía inversión pública (monetarismo). A partir de ahí la seducción ideológica que tales poderes provocan, hace el resto. El asunto es mucho más complejo pero básicamente la noción keynesiana, pese a haber sido profundamente revisada hasta por los más próximos a ella, ha adquirido esa caracterización redentora. Conviene recordar que Keynes aventuró opiniones tan falaces como inversión previa al ahorro o su psicológico multiplicador. De todas formas el valor científico que el autor da a su propia obra (año 1.936) se desvela al final del libro: “En el momento actual, la gente está excepcionalmente deseosa de un diagnóstico más fundamental; más particularmente dispuesta a recibirlo; ávida de ensayarlo, con tal que fuera por lo menos verosímil. Pero fuera de este talante contemporáneo, las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto”. Es decir que su tesis estaba concebida para proporcionar una etérea esperanza de que había una solución a los problemas económicos del momento fueran esas ideas “correctas o equivocadas” (sic). Es decir, Keynes admitía que su teoría podía ser una mera cataplasma psicológica para transitar con menos ansiedad por la difícil década de los ´30 y aunque como tal se demostró, los políticos descubrieron que en sus cortos mandatos podían operar maravillas aumentando artificialmente los flujos monetarios.

«es un triunfo ver alejarse el lobo de la austeridad que implicaría la supresión de una gran parte del aparato político y burocrático que se camufla bajo las denominadas políticas sociales y al que tanto apego tienen»

España que se acostó el lunes pasado arruinada y deprimida, amaneció el martes tan keynesiana que debería sentirse, conforme a lo que ya se ha extendido como creencia, rica de la noche a la mañana (nunca mejor dicho). Para los partidarios del gasto público, como sucedáneo transitorio de las pulsiones nacionalizadoras que de mala gana reprimen, es un triunfo ver alejarse el lobo de la austeridad que implicaría la supresión de una gran parte del aparato político y burocrático que se camufla bajo las denominadas políticas sociales y al que tanto apego tienen. Pero eso es sólo parte de su problema como lo es también para quienes no comparten tales tesis conforme se explicará más adelante.
 
No será aventurado anticipar que un Gobierno tan proclive a las políticas de expansión del gasto público buscará recovecos y más de un truco contable o nominal para hacer pasar como facturas COVID algunas decisiones económicas de mayor carga ideológica. Los partidarios de determinadas políticas siempre están en su querencia (económica en este caso). Gran parte de la estrategia gubernamental pasará casi seguro por burlar en alguna ocasión a esos tipos tan antipáticos y estirados del Norte (¡parece mentira que algunos sean socialdemócratas!, dirán) que tienen la manía de cuadrar las cuentas, no gastando más de lo que se ingresa o en todo caso manteniendo déficits dentro de lo tolerable. Cierto que no le va a ser fácil a nuestra coalición de Gobierno, porque su propia actitud exigiendo un rescate incondicional vía subvenciones (o sea, dinero gratis et amore) ya ha puesto sobre aviso a los socios europeos. Frau Merkel y M. Macron después de haber hecho uso de su hegemonía política en la Unión para obtener los fondos, no van a permitirse pasar por un par de Juan Lanas a los que han tomado el pelo los del Sur con vagas promesas de rigor contable. El Gobierno por sí mismo no habría sacado más que unos millones del MEDE y gracias. Por tanto, lo mejor que pueden hacer los Sres. Sánchez e Iglesias para ellos y para los españoleses atenerse al guión que le marquen los rescatadores no sea que se les ponga, respectivamente, cara de Tsipras y Varoufakis y acaben inspirando otra película de Costa Gavras, aunque ciertamente eso les garantizaría salir muy bien parados de cara al espectador.
 
Con todo, podría justificarse la necesidad de lo acordado como consecuencia de esta crisis sanitaria más o menos imprevista, siempre y cuando antes de la misma no se hubiera instaurado el gasto a discreción de forma temeraria sin pensar que podían venir mal dadas. La escena de aplaudir a quien viene de firmar un préstamo para sobrevivir en medio de la ruina tiene toques berlanguianos innegables. El genial director levantino habría rematado la escena con toda la familia yéndose alborozada a comprar un coche.

«Se están creando ficciones perversas tales como que el estado lo puede resolver todo mediante ejercicios de caridad posmoderna»

Pero lo más grave es la distorsión que se está creando en torno a la gestión económica nacional y contra la pervivencia de alternativas políticas que se vayan relevando en la gestión de los asuntos públicos como adecuado saneamiento cíclico del sistema y las instituciones. Se están creando ficciones perversas tales como que el estado lo puede resolver todo mediante ejercicios de caridad posmoderna que no esconden más que proyectos totalitarios de control, haciendo la dependencia de lo público una institución económica. Eso es la definitiva oficialización de la pobreza instalándola en la perennidad. Ello implica que en una parte importante del inconsciente colectivo se instale la idea de que cualquier propuesta que se aparte de ese paradigma se repute antisocial o casi inhumana (ciertamente algunos así lo pretenden), aunque no sea más que una burda mixtificación. Un concepto como austeridad, cuya tradición semántica se asociaba a la virtud de la moderación por prescindirse de lo superfluo, ha sido trocada por el populismo como significante de privaciones y carencias de los más necesitados cuando su finalidad es precisamente la contención que permite cubrir las necesidades más perentorias mediante la proscripción del despilfarro.
 
¿Va a servir esto de algo?. Es de temer que no. Reparado lo más grave de nuestra avería en las cuentas públicas a corto plazo seguiremos con una deuda descomunal y con pocas intenciones de revertir la situación. Pese a la apreciable deriva de nuestra economía, no hay voluntad de cambiar de rumbo porque además eso seasocia con un inexorable coste electoral que, por un lado, el cortoplazo de la política hace inviable y, por otro, ciertos dogmas políticos repelen por principio. Ese golpe de timón sería la gran obra de Estado, la que se escribiría en mayúscula para la historia. Pero con un Parlamento trufado de populistas y demagogos a quienes los más sensatos han de mirar constantemente de reojo para no dejarles terreno libre, un consenso de esa naturaleza se convierte en una cuestión endiablada.
 
Nuestro país, pese a las afirmaciones de algunos malabaristas de la propaganda política, es de los que mayor esfuerzo fiscal exige a quienes trabajan y producen. La presión tributaria proyectada directamente sobre P.I.B. no refleja el peso real que sobre las familias ejerce la normativa fiscal. Pero no es el caso profundizar ahora sobre ello aquí. A lo que se quiere llegar es que, pese a lo que se dice, con el paso de los años ha crecido de manera incesante la carga tributaria de los españoles, la deuda pública está, sin contar lo que esta crisis genere, en el 100% del P.I.B., las clases medias están como poco estancadas cuando no más precarizadas, los salarios más bajos solo dan para la supervivencia y mantenemos índices estructurales de paro altísimos, con una media interanual desde 2.009 en el entorno del 18%. Es decir que el resultado de todos estos años en los que se han ido subiendo impuestos y ha aumentando la deuda, mantenido un elevado porcentaje de paro y bajado el nivel de vida y los salarios, no puede ser más desolador. Y aún así se siguen oyendo propuestas para seguir avanzando por esa senda intervencionista de dar mayor peso en la economía al sector público, algo que no puede tener otro resultado que agravar el problema por la simple lógica de perseverar en una tendencia de sesgo negativo. Si no fuera por las implicaciones ideológicas inaceptables que para algunos comporta, parecería bastante sensato invertir el sentido del camino recorrido.
 
Todo esto es evidente pero siempre llegarán los tahúres neokeynesianos y los adoradores del Estado a decir que toda crisis es por falta de tutela pública o de regulación de algún sector que justificará más intervencionismo y nuevos incrementos de la masa monetaria y así seguiremos hasta que en una de las veces no surta efecto el hechizo que hace confundir dinero con riqueza.
José María Sánchez Romera.

 

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